Al papa Francisco ya le han puesto la primera zancadilla. El pasado
15 de junio, y dentro de su plan para limpiar las finanzas de la
Iglesia, Jorge Mario Bergoglio nombró a monseñor Battista Ricca, de 57
años, como prelado interino en el Instituto para las Obras de Religión (IOR),
el banco del Vaticano. Ricca, originario de la diócesis de Brescia,
procede de la carrera diplomática, ha pasado 15 años en distintas
nunciaturas antes de llegar a la Secretaría de Estado y en los últimos
tiempos ejerció como director de la céntrica residencia donde el
anterior cardenal de Buenos Aires se alojaba en sus visitas a Roma.
Allí lo conoció el ahora Papa, le causó buena impresión y, después de
pedir los preceptivos informes y no ser advertido de ninguna
irregularidad, lo nombró como su incorruptible representante en el
interior del siempre polémico banco de la Iglesia. El problema es que, a
la vuelta de un mes, las guerras de poder que provocaron la renuncia de
Benedicto XVI, vuelven a reproducirse, con idénticas dosis de veneno y
en forma de filtraciones periodísticas. Monseñor Battista Ricca sí tenía
pasado. Un polémico pasado que los altos representantes de la Curia
conocían, que ocultaron al papa Francisco y que ahora sacan a la luz
para, según todos los indicios, hacerle pagar su furor reformista.
Nada más nombrar a monseñor Battista Ricca, quien fue presentado como
una prueba de los deseos del Papa argentino de iluminar las oscuras
finanzas del Vaticano, Jorge Mario Bergoglio empezó a recibir indicios
de que había metido la pata. Distintos nuncios de visita en Roma le
comunicaron —según publica el semanario L’Espresso— que el currículo de
monseñor Ricca tiene diversos puntos oscuros, entre los que destacaron
su paso por la nunciatura de Montevideo. El prelado italiano llegó a
Uruguay en 1999 procedente de Suiza y después de haber prestado servicio
en las nunciaturas del Congo, Argelia y Colombia. Pero fue en Berna
donde, según los informes surgidos del Vaticano, monseñor Ricca conoció y
trabó estrecha amistad con un capitán del Ejército suizo, Patrick
Haari, a quien se llevó a Uruguay, alojó y empleó en la nunciatura.
Pero la conducta poco ortodoxa de Battista Ricca no quedó ahí. Según
relata de forma prolija el semanario, el prelado se aficionó a la noche
uruguaya y en los primeros meses de 2001 tuvo un altercado en un
tugurio, llamó pidiendo socorro a la nunciatura y fue rescatado con el
rostro magullado por unos sacerdotes. Pero al margen de las andanzas de
monseñor Ricca —un incidente en un ascensor, un misterioso baúl de su
propiedad conteniendo una pistola y abundante material pornográfico…—,
lo cierto es que la guerra de poderes en el Vaticano que provocó la
renuncia de Benedicto XVI, aquel “pastor rodeado por lobos”, vuelve a
reproducirse. Tal vez ahora el objetivo sea distinto. Si entonces el
problema era quién se hacía con el mando tras la muerte del anciano Papa
alemán, ahora los tiros parecen ir en una única dirección: frenar la
veloz carrera de Francisco por reformar el Vaticano.
Ayer mismo, el Papa creó otra comisión para reformar la estructura
económica de la Santa Sede. El grupo está formado por siete laicos y el
sacerdote español Lucio Ángel Vallejo Balda, que actuará de secretario.
La comisión viene a sumarse a la ya creada por el Papa para intentar
limpiar el IOR. Un difícil camino sembrado de informes secretos
dispuestos a explotar.

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