Por Maruchi R. de Elmúdesi
Los tiempos en que estamos viviendo se parecen
mucho al tiempo que vivió Jesús entre nosotros. El pluralismo, la falta
de fe, la falta de respeto por el otro; hoy, además, tenemos tantas
familias por la epidemia del divorcio entre parejas que se casaron con
ilusión y los cantos de sirena del mundo les apagaron el ¿amor? que se
tenían.
El egoísmo, el hedonismo, el materialismo, el
individualismo... Tenemos que retomar el mensaje de Jesús, que vino al
mundo a hacer el bien.
Nunca pensé que estos artículos sobre la
homosexualidad tendrían tanto interés en la gente. Tanta confusión en el
ambiente ha logrado que muchos se interesen. Y pensar que ese Primer
Congreso que fue organizado por la Pastoral Juvenil de nuestra iglesia,
de ya hace 18 años, tiene mucha “tela donde cortar”.
Hemos dicho
que la homosexualidad se va construyendo poco a poco por una serie de
circunstancias del propio ambiente que ya es propicio para ver todo
normal. Ya “nada es verdad ni es mentira, solo es del color del cristal
con que se mira”. Y es que es más fácil dejarse llevar por el ambiente
que ir contracorriente, defendiendo nuestros criterios humanos y
cristianos.
Sigmund Freud defendía la postura de que el
lesbianismo y la homosexualidad eran prácticas sexuales desviadas, pero
no necesariamente neuróticas; la explicación del fenómeno radicaba en la
resolución del complejo de Edipo.
Las enseñanzas que se
encuentran en el “Catecismo de la Iglesia católica” son el mejor resumen
de la doctrina en materia de homosexualidad: “La homosexualidad designa
las relaciones entre hombres y mujeres que experimentan una atracción
sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste
formas muy variadas a través de siglos y las culturas. Su origen
psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en las
Sagradas Escrituras que los presenta como depravaciones graves (cf Gn
19, 1-29; Rom 1, 24-27; 1 Cor 6, 10; 1 Tim 1, 10), la tradición ha
declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente
desordenados’.
Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto
sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad
afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”
(“Catecismo de la Iglesia católica N.82357). “Las personas homosexuales
están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo
que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una
amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y
deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (Idem
No. 2359).

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